El terrorismo yihadista en el mundo

El terrorismo sigue representando una amenaza significativa a nivel global. Aunque en 2022 se registró una disminución del 28% en los atentados terroristas, estos fueron más mortiferos.

El terrorismo yihadista en el mundo
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DE UN VISTAZO: El Sahel, el nuevo epicentro del terrorismo

El terrorismo sigue representando una amenaza significativa a nivel global. Aunque en 2022 se registró una disminución del 28% en los atentados terroristas, estos fueron más mortiferos, cobrándose una media de 1,7 vidas por atentado en comparación con las 1,3 muertes del año anterior, según el Índice Global del Terrorismo

En la actualidad, el Sahel, en el África subsahariana, se ha convertido en el epicentro internacional del terrorismo. En 2022, el número de muertes por terrorismo en esta región superó la suma de las registradas en el sur de Asia, Oriente Medio y el Norte de África juntos. Dentro de esta región, Burkina Faso y Mali son los países más afectados por esta siniestra actividad. 

El Sahel. Mapa: Wikimedia

Sin embargo, esto no fue siempre así. Muchos países del Sahel, como Burkina Faso, comenzaron a experimentar el terrorismo hace menos de una década. Y por supuesto, eso tiene una explicación. A medida que conflictos regionales, como el derrocamiento del régimen de Muammar Gaddafi en Libia en 2011, provocaron la dispersión de armas y combatientes, muchos de estos elementos se trasladaron a otras áreas, incluido el Sahel. Esta situación se agrava debido a las circunstancias propias de esta región, una de las más pobres del mundo y repleta de conflictos locales y fronteras porosas. Pese a ello, es rica en recursos naturales, lo que genera gran interés para múltiples actores diferentes. Algo que no ha hecho, sino echar gasolina al fuego. ¿El resultado? Los golpes militares se están propagando de nuevo en el África subsahariana. Además, la incapacidad de sus estados para proporcionar servicios básicos y seguridad han creado el entorno perfecto para que la violencia tome el control. Como resultado, el terrorismo ha experimentado un aumento del 2.000% en el Sahel en los últimos 15 años.

Fuente: Global Terrorism Index 2023 

El terrorismo en el Sahel

Existen dos tipos de organizaciones terroristas operando en el Sahel:

  1. Por un lado, están los grupos centrados en cuestiones locales que enmarcan sus acciones en un paradigma étnico-nacionalista-religioso y que tienen vínculos oficiales con Al-Qaeda o el Estado Islámico. Estos grupos son más parecidos a las organizaciones yihadistas tradicionales y tienen un mayor compromiso con la pureza ideológica. 
  2. Por otro lado, tenemos a grupos criminales que utilizan la religión para justificar sus actos delictivos y se han alineado con las franquicias globales de Al-Qaeda o el Estado Islámico, un fenómeno que se ha bautizado como “yihadización del bandidaje”. Estos grupos son más pragmáticos y plantean una perspectiva de conflicto sostenido y de baja intensidad.

Y, en concreto, las organizaciones terroristas que operan más en la región, son:

  1. El Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes (JNIM por sus siglas en árabe), una organización nacida en 2017 que comprende diversos grupos alineados con Al-Qaeda, aunque operativamente son autónomos. Está liderada por Tuaregs y tiene como objetivo expulsar a las fuerzas extranjeras —Francia y la ONU— de Mali e imponer su versión de la Sharia en el país. También está presente en Burkina Faso y Níger y tiene células en Benin, Costa de Marfil, Senegal y Togo. 
  2. El Estado Islámico de la Provincia del Sahel es el rival salafista yihadista del JNIM. Se formó en 2015 como resultado de la división del grupo Al-Mourabiton. Entre marzo de 2019 y marzo de 2022 formó parte del EI-África Occidental, hasta que el Estado Islámico declaró la provincia del Sahel autónoma.  JNIM y el EI-Sahel tienen algunas similitudes. Comparten una ideología similar, y aunque su afiliación es distinta, ambos han capitalizado rivalidades locales y reclamaciones contra el Estado para ganar apoyo popular en sus respectivos territorios y tienen el objetivo de expandirse por África Occidental.
  3. El Estado Islámico de África Occidental, una fracción del grupo terrorista Boko Haram que prometió lealtad al Estado Islámico en marzo de 2015. Desde entonces, el grupo adoptó el nombre EI-África Occidental. Actúan principalmente en el noreste de Nigeria y en la región del gran lago Chad. 

¿Cómo operan?

En línea con el patrón general de formación de grupos terroristas, operan a partir de milicias locales que posteriormente se alinean con las franquicias terroristas. Las armas de fuego son en este caso más utilizadas que los explosivos característicos de otros grupos terroristas. 

Estos grupos atacan a líderes políticos o religiosos locales para crear un vacío de poder en la zona que pretenden dominar. El vacío resultante conduce a luchas por el poder local entre diferentes actores que compiten por la supremacía. Esta situación es aprovechada por los grupos terroristas para hacer avanzar sus intereses, sean estos hacerse con el control de una área concreta, reclutar seguidores o aumentar sus bases de operación. 


LA CLAVE: Así ha cambiado el terrorismo 

El terrorismo ha sido un fenómeno muy variable, especialmente a la luz de la aparición del terrorismo yihadista, de los ataques del 11S- y, posteriormente, el surgimiento del Estado Islámico.

Antes del ataque al World Trade Center, el terrorismo tenía principalmente una dimensión nacional. Estaba, sobre todo, vinculado a grupos locales con motivaciones ideológico-políticas —nacionalistas, separatistas o con el objetivo de tomar el control en territorios concretos. Algunos ejemplos son la organización separatista vasca ETA en España o el IRA en el Reino Unido. Este tipo de organizaciones empleaban métodos como ataques con bombas, secuestros, asesinatos selectivos y sabotajes dirigidos principalmente contra objetivos locales o nacionales.

El panorama cambió tras el 11-S. El terrorismo islámico, encarnado entonces en al-Qaeda, demostró una capacidad sin precedentes para realizar ataques a gran escala fuera de sus fronteras. Este giro no solo se produjo en lo que respecta a la magnitud y el alcance de los ataques, sino también se produjo un cambio en sus motivaciones. Organizaciones como al-Qaeda y posteriormente el Estado Islámico no tenían objetivos estrictamente locales o políticos, sino que les movía una fuerza con un alcance mucho más global, la religión y concretamente un islamismo radical, que apoya el uso de la violencia para imponer su visión del Islam. De esta forma, el terrorismo se convirtió, por primera vez, en una amenaza para la seguridad mundial, reforzando con ello la necesidad de una respuesta coordinada a nivel internacional

El nuevo terrorismo global emplea tácticas de guerra asimétrica, métodos no convencionales y se aprovecha de la tecnología y la radicalización en línea para multiplicar sus ataques y reclutar seguidores. Estas tácticas han adquirido una dimensión mucho mayor con el surgimiento del Estado Islámico. 

Las acciones del EI son más brutales y masivas, e incluyen ejecuciones públicas, secuestros a gran escala, esclavitud sexual o propaganda masiva en línea para reclutar seguidores en todo el mundo. De hecho, el aspecto propagandístico ha sido clave en la estrategia expansiva del EI y en el crecimiento del terrorismo yihadista. En el caso del EI, a diferencia de las organizaciones que habían caracterizado al terrorismo previamente, los ataques no están necesariamente coordinados por la organización ni son ejecutados exclusivamente por sus miembros o sus afiliados en otros países, sino que son llevados a cabo por individuos aislados que no están organizados ni tienen porque tener lazos oficiales con la organización. Este ha sido el caso de la mayoría de atentados que se han producido en los años posteriores a 2013, como los de París en 2015, Niza en 2016 o Barcelona en 2017. Todos estos ataques fueron perpetrados por yihadistas locales, o excombatientes extranjeros que viajaron a Siria, pero que no estaban vinculados directamente al EI. Esto ha hecho que la potencial amenaza sea mayor y mucho menos predecible. 


TERMÓMETRO: Occidente ante el terrorismo yihadista

Antes de los atentados del 11-S la amenaza del terrorismo yihadista era subestimada, incomprendida e incluso pasada por alto en el mundo occidental porque no formaba parte de su vida cotidiana.

Los ataques al World Trade Center hicieron que las autoridades occidentales se diesen cuenta de que también se enfrentaban a una amenaza yihadista en su propio suelo. Fue algo todavía más evidente cuando a Nueva York se le sumaron Madrid en 2004, Londres en 2005 y otras ciudades occidentales años más tarde.

¿Qué hicieron entonces los gobiernos occidentales? Internamente, implementar medidas más estrictas de seguridad en aeropuertos, fronteras e infraestructuras críticas. También aumentaron la capacidad de sus agencias de inteligencia y la cooperación con las agencias de otros países. Externamente, se apoyó la acción militar directa, empezando por el apoyo a Estados Unidos en Afganistán con la acción conocida como Operación Libertad Duradera

Tras la aparición del EI y los numerosos combatientes (terroristas) occidentales que se unieron a él, los gobiernos de sus países de origen comenzaron a tomar consciencia del peligro que suponía la posibilidad de que sus propios ciudadanos se convirtiesen en terroristas. Para hacer frente a este peligro se empezaron a centrar en intentar prevenir la radicalización.

En estas políticas de prevención, los agentes sociales y las comunidades religiosas locales se han convertido en actores clave, especialmente los imanes y las mezquitas. Estos entornos no solo tienen una importancia pasiva, puesto que son objetivos constantes de vigilancia por parte de los servicios de inteligencia y los cuerpos de policía que tratan de detectar acciones de radicalización, captación y entrenamiento; sino que también se les ha otorgado un importante papel activo, por ejemplo, a través del establecimiento de acuerdos con otros países como Turquía, y su Dirección de Asuntos Religiosos. La idea es atraer imanes que promuevan un “islam más moderado”.

En la misma línea, y como forma de prevenir que ciudadanos de los países occidentales viajasen a países musulmanes para unirse a organizaciones terroristas, se han aprobado leyes dirigidas a penalizar este tipo de acciones. En 2015, Bélgica empezó a considerar delito los viajes al extranjero con fines terroristas, mientras que Holanda cambió su legislación en 2017 para permitir a las autoridades revocar la ciudadanía de aquellas personas que se uniesen a una organización terrorista, una medida con la que ya contaban países como el Reino Unido. 

En lo que a la dimensión exterior se refiere, las acciones dirigidas a contrarrestar el terrorismo han ido mucho más allá de la cooperación internacional en inteligencia y la intervención militar directa en suelo extranjero: Ahora se persigue activamente la venta ilegal de armas y las fuentes de financiación de las organizaciones terroristas. También se intenta limitar el alcance de la propaganda de estos grupos, cerrando webs y cuentas sociales, al tiempo que se impide la difusión de canales de comunicación ligados a estos grupos. La intervención militar directa en el extranjero se ha sustituido por ataques aéreos quirúrgicos dirigidos contra las infraestructuras clave de estas organizaciones y el apoyo a milicias locales como los kurdos en Siria e Irak o a coaliciones regionales de países como es el caso del Grupo 5 del Sahel. Además, los países occidentales también forman parte de alianzas como la Coalición Global contra el Daesh, constituida en septiembre de 2014 y formada por más de 80 países.


CONTEXTO: El limbo de los extranjeros que se unieron al Estado Islámico

La guerra civil en Siria ha dejado importantes y complejas secuelas, entre las cuales se encuentra la situación de los extranjeros que se unieron a las filas del Estado Islámico. Se calcula que especialmente entre 2014 y 2016, los años de gloria del EI, se unieron a sus filas alrededor de 30.000 combatientes extranjeros de al menos 86 países distintos. Aunque la gran mayoría procedía de Oriente Próximo, cerca de 6.000 llegaron de Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá o Australia

Cuando las milicias kurdas de las Fuerzas Democráticas Sirias reconquistaron muchos de los territorios que habían estado bajo control del EI habilitaron campos como el de al-Hol y Roj como solución temporal para custodiar a las familias de los combatientes del EI, esencialmente a mujeres y niños. Estos campos de desplazados están custodiados por la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), la autoridad que gobierna de facto en el noroeste del país, y tras tres años siguen abiertos y albergando a decenas de miles de personas.

Fuente: Wikimedia Commons

Desde entonces y hasta la actualidad, algunas de estas personas han sido repatriadas a sus respectivos países. Especialmente en 2019, porque lo cierto es que el ritmo se ha reducido considerablemente en 2022 y 2023 y todavía miles de personas siguen retenidas en los campos de desplazados. Comparativamente las mujeres y los niños han tenido más suerte, pues se estima que sólo el 4% de los hombres han sido repatriados a sus respectivos países desde 2019. 

Fuente: Kurdish Peace Institute

Las razones de las reticencias

Inicialmente, hubo una fuerte preocupación por la amenaza que algunos repatriados podían suponer para la seguridad interior de sus países. Al fin y al cabo hablamos de personas que están radicalizados o han estado expuestos a ideas radicales - también los niños y las mujeres - o que, incluso, tienen entrenamiento para el combate y para relacionarse con redes terroristas. Sin duda, esto plantea importantes retos para la seguridad nacional y es normal que exista miedo a que el regreso de estas personas pueda hacer que se incremente el número atentados como el ocurrido en París en 2015. Además, asegurar la rendición de cuentas de los combatientes a su vuelta a sus respectivos países es difícil por la dificultad de obtener una evidencia incriminatoria clara sobre las actividades que han podido llevar a cabo en favor del EI.

Es por ello que las repatriaciones no han tenido ni buena prensa ni apoyo popular. De hecho, el coste político de algunas repatriaciones está siendo alto. Si no que se lo digan al gobierno de Noruega, que perdió el apoyo del Partido del Progreso en enero de 2020 tras la repatriación de una mujer que se había unido al EI.

No obstante, mientras sigan en los campos de detención y no sean repatriados o se reconozca la legitimidad de la AANES para juzgarlos, no va a haber ninguna forma posible de ofrecer justicia a las víctimas. De hecho, ante la falta de avance en ninguno de los dos frentes, la AANES ha amenazado con establecer un tribunal y empezar a juzgarles y condenarles unilateralmente.

Con todo, quizás el mayor problema es el peligro que representa para la seguridad de la zona la existencia de estos campos, que en la práctica no son sino auténticas bombas de relojería. Pensad que la reconquista de los territorios controlados por el EI no ha implicado su desaparición, y todavía hay muchas células terroristas activas operando en la zona que se nutren del descontrol en estos campos y del radicalismo presente en los mismos.

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